Hay días en los que salir en bici se convierte en un placer. El aire golpea en la cara y el cuerpo recibe una dosis extra de libertad. Y hay otros en los que es mejor quedarse en casa, porque en apenas unos minutos el agua del bidón se transforma en un caldo, en un líquido desagradable que no sirve para nada. Tal vez resulte una descripción un poco salvaje pero cuando una ciclista se sube a la bici para disputar la primera etapa de la Volta a las 3 de la tarde y con 30 grados sabe que no se va a encontrar con un camino de rosas.
Es el duro oficio del corredor. Da igual el sexo y ocurrirá igual dentro de un mes si la canícula aprieta en Francia, como pasa casi siempre, o a finales de agosto cuando la Vuelta recorra los parajes de Jaén. En la Volta no hay sombrillas para resguardarse del sol, ni ninguna corredora se puede detener al resguardo de un árbol para respirar y reponer fuerzas.
No hay que mirar atrás, ni quejarse; mejor colocarse bolas de hielo en la espalda, una especie de dicha que sirve para salir frescas de Manresa y lanzarse por los parajes catalanes sabedoras de que son una especie de heroínas, las primeras corredoras que disputan la Volta, las que han tomado el relevo de Tadej Pogacar y compañía, las que para buscar un poco de alivio superan los 40 por hora en tramos donde casi parece imposible que la bici avance por sí sola.
Hay mujeres que, pese al calor, vienen a aprender y a divertirse, a sentir que su bici se mueve a escasos metros de la de Marianne Vos, la estrella indiscutible de la ronda catalana. Todavía hay mucha diferencia entre las llamadas corredoras ricas y las que sólo pueden sentirse dichosas al ser protagonistas en el estreno femenino de la Volta. Unos equipos llegan a Manresa con sus relucientes autobuses, los mismos que se habrían aparcado si fueran hombres en vez de mujeres los actores de la primera de las tres etapas de la Volta.
Otros, en cambio, sólo traen pequeñas furgonetas y las corredoras tienen que buscar el auxilio de unas instalaciones municipales para cambiar la ropa de paseo por la de competición. Todavía el ciclismo femenino está en fase de crecimiento y sólo las escuadras World Tour, generalmente patrocinadas por las mismas empresas masculinas, gozan de sueldos que les permiten vivir del ciclismo y los equipos las tratan con el mismo mimo que a los compañeros masculinos.
Una de estas privilegiadas es la neozelandesa Ally Wollaston, 23 años, ganadora, no sin cierta polémica, de la primera etapa de la Volta. Corre en el AG Insurance Saudal, versión femenina del conjunto de Remco Evenepoel y Mikel Landa.
Wollaston derrota a la gran favorita, a Vos, que se queja de que su joven oponente, 14 años menor, la ha cerrado en esprint final. Hubo roce entre las dos. Los jueces revisan las imágenes, como si fuera una especie de VAR que cambia un balón por unas ruedas, y deja sin tocar la clasificación de la etapa. Ruedan a 36,3 kilómetros por hora a lo largo de 100 kilómetros; una proeza porque el termómetro no baja de 30 grados. Este sábado se llegará a La Molina, segunda de tres etapas, con clima más agradable. Menos mal.