La boda de Anant Ambani dejará a la de Camacho en una merendola. Nada fascina más estos días en India que la ceremonia que unirá este fin de semana al hijo de Mukesh Ambani, primera fortuna asiática y novena global, con su prometida, Radhika Merchant. No escasean los bodorrios de pompa grotesca en un país con una pobreza dolorosa pero este fijará un hito difícilmente superable porque, entre otras razones, al bueno de Mukesh no le quedan más hijos casaderos.
Los festejos se repartirán entre el Centro de Convenciones Jio World, propiedad del clan, y la vivienda familiar, un edificio de 27 pisos en Mumbai con tres helipuertos, garaje de 160 plazas y teatro. El programa es secreto y la única certeza, tras cuatro meses de celebraciones varias, es que no tendrá mesura. En un entremés de marzo, lo que la pareja llamó “preboda”, más de un millar de invitados disfrutaron de 2.000 platos en un palacio de cristal levantado para la ocasión en Jamnagar (en el estado de Gujarat), la ciudad natal del clan, sobre el que 5.500 drones dibujaron un espectáculo de luces.
Actuó Rihanna y acudieron Mark Zuckerberg, Bill Gates y celebridades de Bollywood. El código de vestimenta entregado a los asistentes sumaba una decena de páginas y la novia se presentó con una falda con 20.000 cristales Swarovski. El aeropuerto contó aquellos días con militares y personal extra para lidiar con el aluvión. Dos meses después, en otra ‘preboda’, la pareja y los invitados surcaron el Mediterráneo durante cuatro días en un yate de lujo que contó con las actuaciones de Backstreet Boys, Kate Perry y el tenor Andrea Bocelli. En la penúltima etapa de los maratonianos festejos, apenas una semana atrás, Justin Biever entretuvo al gentío.
Nada ni nadie parecen excesivos para Mukesh Ambani. Preside Reliance Industries, un paquidérmico conglomerado que factura 100 mil millones de dólares anuales y se extiende a sectores como el petrolífero, las telecomunicaciones, la moda o la comida, por hacer la lista corta. Es improbable que sin la acrisolada amistad y apoyo del primer ministro, Narendra Modi, pudiera liderar tantas industrias. Anant, su tercer y último hijo, está al cargo de las energías renovables en la empresa familiar y tiene a los animales como hobby. Su proyecto personal es Vantara, un refugio de más de mil hectáreas, al que acudieron los invitados semanas atrás con ropajes selváticos. Su inminente esposa, Radhika Merchant, es hija de un magnate farmacéutico y se graduó en la Universidad de Nueva York. Ha explicado que se conocieron por amigos comunes y pronto prendió la chispa del amor.
Expertos del sector calculan la factura de la boda alrededor de los 150 millones de dólares y subrayan la pesadilla logística. Son necesarias decenas de personas trabajando a destajo durante al menos un año para cerrar la ceremonia hiperbólica de un maharajá: transportes, seguridad, reservas, contratación de espectáculos… Al mando está Manish Malhotra, un reputado diseñador nacional.
La boda deslumbra a muchos e incomoda a unos cuantos. En Mumbai asusta lo que esa comitiva puede causar a una macrourbe de 23 millones de habitantes con un tráfico desquiciante. Y escuece esa impúdica exhibición en un país con muchos deberes pendientes en su lucha contra la pobreza. Los Ambani han intentado aguar las críticas organizando una boda masiva para 50 parejas menesterosas a las que han colmado de joyas, electrodomésticos y alimentos. No lo han conseguido. India está donde estaba China dos décadas atrás, en un incipiente despegue económico que sólo disfrutan unos pocos. Las desigualdades sociales superan ya las de la época colonial británica, según los últimos estudios. Y los más afortunados, a diferencia de lo que ocurre ahora en China, desprecian la prudencia en público. Las bodas sirven de termómetro social y de sello de triunfo: cuanto más, mejor. A lomos de las apariencias cabalga un sector que supone un considerable pedazo del PIB indio. Las bodas generan 130 mil millones de dólares, el doble que en Estados Unidos. Son ya la cuarta industria nacional y empujan a la hostelería, la orfebrería, el turismo… Cuentan las bodas con una media de 326 invitados frente a los 115 estadounidenses y generan más de la mitad de ventas anuales de joyería.
La lucha contra la corrupción, que aconseja discreción, terminó en China con aquellos espectáculos indecorosos en un país en vías de desarrollo. No le iría mal a India seguir la senda por la que Pekín sacó a cientos de millones de personas de la pobreza pero no parece interesada. En las bodas ha optado por el estímulo. Modi ha anunciado la campaña “Bodas en India” para desincentivar los festejos en el extranjero.