Piedra. La extraordinaria Eurocopa de España alumbra una nueva filosofía de equipo, a la que, gracias al espíritu juvenil de Nico y Lamine, podríamos bautizar como la España de la piedra, papel y tijera. País futbolero pero poco dado a reflexionar sobre el fútbol, más de sentirlo que de explicarlo, más de clubes que de selección, durante muchos años el debate sobre el ADN del fútbol español se zanjó con la furia. Era un concepto muy español, de tercios de Flandes, de “qué buen vasallo si tuviera un buen señor”. A falta de talento y de innovación, la furia representaba el ímpetu, el amor a la patria y el valor que, como en la mili, se suponía. El paroxismo de la furia fue el Mundial de España, una selección de Camacho, Juanito y Santillana que se estrelló. La furia, con algunas gotas de calidad, daba para lo que daba: para gestas heroicas como el 12-1 a Malta y el 5-1 a Dinamarca en Querétaro y para caer en cuartos. La furia era el rostro ensangrentado de Luis Enrique en EEUU y la expresión desencajada de Hierro contra un tal Al Ghandour en el Lejano Oriente. Con la furia, hubo más episodios de historia negra que de luz.
El tiki-taka, nacido contra Alemania en el Prater de Viena en 2008 y encumbrado en Sudáfrica en 2010, planteó un cambio profundo de ADN. España jugaba al tiki-taka, es decir, a la posesión, al control del balón y a la calidad futbolística gracias a una generación espectacular liderada por el Barça, pero con aportaciones tan valiosas como Casillas, Ramos, Silva, Villa o Cazorla. A pesar de las victorias y del juego, el tiki-taka generó más debates existenciales que la furia. No es sorprendente: el juego de posesión era visto por muchos como un cuerpo extraño en el fútbol español porque implicaba una ruptura con la furia y entronizaba la filosofía del Barça. Aún hoy hay quien argumenta sin sonrojo que el juego de posesión lo inventó Luis Aragonés y que el Barça de Guardiola lo copió. Por este motivo, cuando la generación de oro se apagó (Mundial de Brasil) y las nuevas hornadas no alcanzaron el mismo nivel de excelencia, los que nunca creyeron en el juego de posesión lo echaron a la papelera de la historia. En Qatar se expidió su certificado de defunción. España debía jugar a cualquier cosa menos al tiki-taka.
Vertical y competitiva
La España de Luis de la Fuente no juega al tiki-taka. O no solo. Es vertical en su versión con extremos y controla el balón en su versión más jugona. Es camaleónica, no tiene (hasta Nico y Lamine) una estrella indiscutible y puede ganar de muchas formas. Pero sobre todo es una roca competitiva. Cuesta mucho ganar a España. A Luis Enrique no se le da ni agua, pero su selección ya era así: semifinalista de la Eurocopa 2021, subcampeona y campeona de la Nations League y eliminada en la tanda de penaltis por Marruecos en octavos en Qatar.
Papel. El tiki-taka no ha desaparecido, sino que vive una evolución de la mano de los jugadores. España hoy es suave como el papel y dura como la piedra. Las discusiones sobre el ADN y los estilos de juego son apasionantes, pero al final este sigue siendo un deporte de futbolistas. Los centrocampistas españoles (Rodri, Pedri, Olmo, Fabián, Gavi) no controlan los partidos como Busquets, Xavi, Xabi Alonso e Iniesta. No se puede jugar igual si no tienes a los mismos jugadores, una lección que parece de perogrullo que no es tan fácil de asimilar, como bien sabe el Barça errático de las últimas temporadas. Además, esta España es más internacional que nunca, con jugadores curtidos en las principales ligas europeas. Desde los tiempos de la furia, el salto de calidad del fútbol español ha sido vertiginoso. España solo sufre en dos perfiles: los centrales (Cubarsí al rescate) y, sobre todo, el 9. Y aun así…
Tijera. Aun así, ahí están Nico y Lamine. Si tienes centrocampistas, juegas a control. Si tienes un 9 indiscutible, juegas a las áreas. Si tienes al mejor jugador del mundo, juegas a crearle un ecosistema a medida. Y si tienes extremos, juegas a volar. Futbolísticamente, Lamine y Nico son las tijeras que rasgan las defensas contrarias. Pero su influencia va más allá: sus rostros aniñados y su ilusión juvenil son la cara y el alma del equipo. Y si ganan la Eurocopa, serán la imagen de lo mejor que puede ofrecer este país, más allá de la furia, los cutres y los rancios.