Emilia Lozano compartía parque en su barrio con los chavales del Centro de Primera Acogida Hortaleza, en Madrid. Así, junto a su marido, fue conociéndoles. “Nos encariñamos con ellos y veíamos que se estaban produciendo muchas injusticias, tanto dentro como fuera del centro”, explica. Recuerda aquella vez que Vox montó mesas informativas a sus puertas. En una de ellas se presentó su portavoz en Madrid, Rocío Monasterio, para señalar que “las mujeres ya no caminan solas ni al supermercado y tienen que ir acompañadas de sus maridos porque tienen miedo”. Había racismo, dice. Fuera y dentro. Lo veía como vecina. “Los chicos son muy niños, de entre 15 y 17 años. Vimos que allí no había formación alguna, no había ocio y estaba muy masificado. También empezamos a descubrir que cuando cumplían 18 años se quedaban en la calle”, señala.
Entre 2017 y 2019, el centro superó el cien por cien de ocupación media en todo el año; en octubre de 2018 llegó a estar al 338% de la capacidad. Ahora, dice, hay muchos más chicos que las 72 plazas que tiene. Asegura que los educadores y educadoras les ayudan todo lo que pueden pero muchas veces se ven sobrepasados por la saturación. La dirección ni les llama por su nombre. “El de Hortaleza es uno de los centros más duros que hay y los chicos contaban que no tenían nada qué hacer, solo pasear por las calles. Tenían clase de español por la mañana y no podían ir porque solo un profesor para 70 chicos. Han sufrido mucho dentro de los centros”, lamenta.
“Dentro de los centros de menores -prosigue- se necesitan muchos más recursos para ellod. Tienen que concienciarse de que lo que tienen tutelado son personas, no números ni paquetes. Y los chicos no se sienten personas en ellos”. Denuncia que no hay un programa de ocio, ni de enseñanza, ni de integración. Comen, duermen y pasean por las calles. Y ya.
“Tienen que concienciarse de que lo que tienen tutelados son personas, no números ni paquetes”
Todo esto lo cuenta por teléfono desde La Puebla de Almoradiel (Teruel). A su lado está Diallo, que lo corrobora. Tiene 20 años. Salió de su país, Guinea, cuando tenía 15. Se fue a Mali, después a Argelia y siguió en Marruecos. Pasó al Sáhara Occidental y se montó a una patera “destino a Europa”. Acabó en tres centros de menores canarios, en Lanzarote, Tenerife y Gran Canaria. Al cumplir los 18 años, le dieron una prórroga de tres meses en un centro de emergencia. Al llegar a Madrid, aprovechando una cita para su documentación, fue cuando conoció a Emilia.
Un pueblo de Toledo volcado
Porque su relación con los chicos del centro de Hortaleza no se limitó a las charlas en el parque. Cambió los viajes del Imserso que esperaba hacer con su marido al jubilarse y se volcó en esos chavales. En el documental ‘Emilia’, del director Rafa Arroyo, cuenta cómo daba la merienda y la cena a un grupo de chavales. También cómo acogió en su casa a un chico que quedó literalmente en la calle cuando Fiscalía determinó que tenía 18 años. Ahí dijo basta.
Se fue a su pueblo de Toledo y propuso en la radio local un proyecto para echarles una mano. En ese mismo programa, un matrimonio les cedió una casa con ocho plazas. Los vecinos se volcaron. Les llevaron camas y ropa. Entre todos pusieron en marcha la casa de solidaridiad y autonomía con chicos que estaban en la calle. Algunos venían desde Madrid, Canarias, Ciudad Real o Barcelona.
“En la casa todos vienen sin documentar. Desde Somos Acogida -como se llama su asociación- les documentamos. Mientras tanto, ellos están haciendo deporte y estudian la ESO. Cuando consiguen la documentación algunos se quedan a trabajar en el pueblo o en los polígonos industriales de otros pueblos cercanos. Otro se marchan a Madrid. Les buscamos empresas, almacenes… El 98% de quienes han pasado por aquí están documentados; el 95% trabajan con un buen futuro”, añade.
Con su marido, y unas cuantas manos, ha conseguido coser las fracturas que hay en el sistema de acogida del Estado, que cada año deja en la calle a miles de migrantes indocumentados en cuanto alcanzan la mayoría de edad. Les ayuda a salir adelante por ellos mismos mientras les aporta en España la familia que han dejado en sus países de origen para jugarse la vida y conseguir una nueva.
Piden mejoras en los centros
Diallo se sacó la ESO y ahora trabaja en el metal. Pero hay otras muchas historias de éxito. Explica, por ejemplo, el caso de un chaval que se enamoró de una trabajadora social que estaba en el centro de menores donde residía casándose. Ahora tienen un bebé de un año y medio. “Es el nieto de la asociación”, asegura.
Al preguntarle a Daillo qué les diría a los políticos y políticas que este miércoles se sentarán en la Conferencia Sectorial de Infancia y Adolescencia, asegura que “mejorar los centros de menores es ayudar a los chicos y chicas integrarse“.
Pide que les deje estudiar lo que quieran estudiar, así como la lengua. “En los centros no hacemos nada. Cuando llegué al mío solo comía y dormía. No nos ayudaban a integrarnos. También nos controlaban, nos quitaban los móviles… No podíamos estar fuera hasta las 10, por ejemplo”, denuncia. Porque, por desgracia, no todos tienen la suerte de encontrarse una Emilia en el camino.