Los jardines donde reunimos a Mercè y Álvaro para hablar sobre salud mental son una burbuja de verdor y sosiego en medio de la ciudad. Ella, sin tapujos y con total naturalidad, comienza a hablar sobre su experiencia personal y sabe que ofrecer ese conocimiento es como un soplo que disipa los prejuicios. “En 1999 tenía una situación complicada, tres hijos adolescentes, unos antecedentes con problemas de salud mental y mucho estrés en el trabajo. Todo esto provocó que me desbordara —cuenta Mercè tranquila a la sombra de los árboles— y tuve un brote psicótico en plena calle en un pueblo muy pequeño con el estigma que eso representa. Me ingresaron en un hospital psiquiátrico donde se me practicaron contenciones tanto físicas como químicas”.
Cuando salió, se recluyó en su casa por voluntad propia y, aunque tenía el apoyo de su familia, “me sentía muy sola”. Explica que tenía miedo al qué dirán, al rechazo. Pero un hecho la sacó de ese aislamiento, “un factor determinante cambió mi vida, porque empezaron a marginar a mi hija de 16 años en la escuela. Le decían que sus palabras no tenían sentido porque su madre estaba loca”. Y Mercè, lejos de hundirse, empezó a analizar lo que le había pasado, el porqué y el cómo, “y escribí mi primer libro Esquizofrenia, locura o realidad”.
De esto hace 20 años y entonces no se hablaba de salud mental fuera del ámbito clínico. Por el contrario, era un tema muy tabú. Pero a raíz del libro y las presentaciones que la propia Mercè organizaba con escaso éxito al principio, donde “de siete que venían cuatro eran familia” —confiesa con cierta sorna—, algunas asociaciones de salud mental la invitaron a impartir alguna charla y, desde entonces, no ha parado.
Álvaro, que la escucha con atención, asiente mientras ella concluye: “Cuando empiezo con el activismo veo que lo máximo que me pueden decir es que estoy loca y eso ya lo sé. Entonces me permito preguntar: ¿Y tú cómo estás de salud mental? Porque todos tenemos algún problema y una de cada cuatro personas van a tener un problema de salud mental a lo largo de su vida, y esto antes de la pandemia. Y todos conocemos a más de cuatro personas. Por lo tanto, o lo sufrimos nosotros o lo sufre alguien de nuestro entorno, y tenemos que ser proactivos y acompañar a las personas. Ese es el objetivo de mi activismo”.
Un nuevo camino conjunto
Desde el ámbito profesional, Álvaro reflexiona sobre cómo ha evolucionado el trabajo con las personas afectadas por problemas de salud mental. “El efecto pandemia ha puesto encima de la mesa el debate sobre la salud mental. Es un debate complejo porque tiene diferentes planos, y no estoy seguro de si lo que ha puesto encima de la mesa son los aspectos de la salud mental más sencillos, y que pueden afectar de forma más leve —afirma—, y quizá estamos dejando más abajo la complejidad”.
Álvaro explica que el trastorno mental grave requiere de un seguimiento continuo de la persona porque si no, los problemas mentales le generan dificultades para el mantenimiento de los aspectos de su vida laboral, vital, familiar y de cuidados: “Así que creo que ahí hay un tema que hay que debatir”, apunta.
Además, Álvaro señala otro plano que hay que considerar, que no es otro que dónde ponemos el esfuerzo inversor en salud mental, porque “creo que estamos en una fase muy interesante en la cual hay un mandato a nivel europeo y desde la Organización Mundial de la Salud para trabajar en servicios que sean de calidad, accesibles y universales y se desarrollen con la participación de las personas usuarias”.
Es todo un reto porque se debe encajar en el modelo de atención de salud mental que ya existía, muy profesionalizado y aislado de otros ámbitos, “lo que actualmente nos plantean tanto la ciencia como las exigencias éticas y legales para que los servicios de atención se desarrollen de forma conjunta en cocreación con las personas con problemas mentales”.
Algunas prioridades
En este contexto, Mercè señala que el estigma sigue frenando que la gente pida ayuda y denuncia que a veces “se nos ha considerado como enfermedades con patas y no sufrimos brotes los 365 días del año ni las 24 horas del día”. Por eso, también explica que las personas están dolidas con el sistema cuando han sufrido alguna contención química y física. Por ello, ante una crisis, aboga por una intervención más sanitaria y de proximidad que de los cuerpos de seguridad.
Álvaro coincide plenamente en que una intervención precoz es más eficaz y eficiente y reducirá con mucha probabilidad situaciones de agravamiento del cuadro y de lo que eso conlleva. “Otra cosa es que hoy en día la realidad nos lleve a veces a tener que trabajar en situaciones muy límites –afirma–. Y en ese punto tenemos que ver cómo podemos ofrecer una solución conjunta”.
Actualmente, sin embargo, no se entiende una intervención de salud mental sin que los profesionales de trabajo social o el ámbito de prevención estén presentes, un paso más hacia ese enfoque de servicios transversales que respondan a toda esa complejidad que han puesto de relieve Mercè y Álvaro.
El papel de las familias es otro tema sobre el que hablaron porque, aunque quieren ayudar, no siempre saben cómo. De hecho, fueron ellas las impulsoras del movimiento asociativo a raíz de la desinstitucionalización de lo que entonces se llamaban manicomios. Actualmente, estas redes de entidades diversas son muy dinámicas y ofrecen una ventana a las personas que salen de un ingreso para que encuentren sus habilidades y se reintegren en la sociedad.
Para cerrar, les preguntamos cuál sería la primera medida que pondrían en marcha si fueran el presidente. Mercè no lo dudó: “Yo incidiría más en la educación emocional de nuestros jóvenes y de los profesionales para que haya una salud mental más comunitaria”. Para Álvaro, la prioridad sería una estrategia de futuro: “En la atención específica es fundamental trazar un plan con todos los agentes para que en los próximos 10 o 15 años se puedan establecer unas nuevas estructuras de intervención y de apoyo en las que compartamos su desarrollo, los profesionales y las personas usuarias que van a necesitar ese apoyo”.