Francia vive un terremoto político con pocos precedentes. Un seísmo que mantiene en vilo a las cancillerías del resto de Europa, porque Francia no es un país cualquiera. Es cuna del proyecto europeo, su segunda economía y el único asiento de la UE en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Quién gobierne Francia importa también en Berlín, Bruselas y Madrid.
Emmanuel Macron decidió disolver la Asamblea Nacional y adelantar las elecciones. Un golpe de efecto para “aclarar” qué quieren los franceses tras la debacle electoral de su partido en las europeas y la victoria de la ultraderecha de Marine Le Pen. Desde entonces, los hechos inéditos no paran de sucederse hasta dejar casi irreconocible la política gala.
Primera muestra. “Es necesario bloquear a Reagrupamiento Nacional. Lo asumo. El domingo votaré por un candidato comunista”, dijo el miércoles el estadista francés Édouard Philippe a la televisión gala TF1. Como declaración, era una auténtica bomba. Philippe fue primer ministro del presidente Emmanuel Macron y ha fundado un partido de centro-derecha, Horizontes. Pero votará al candidato comunista de su circunscripción para que no gane la ultraderecha en el duelo. Viaja Philippe al otro extremo del espectro político, y pone así de manifiesto que la incertidumbre y el miedo a los de Le Pen superan a todas las referencias ideológicas. No es una cuestión de programa o posicionamiento político, sino de un temor atávico al populismo de derechas, al aislacionismo y al euroescepticismo. Francia es un país cuya República está fundada sobre el trauma del colaboracionismo con los nazis del régimen de Vichy, la mitad sur de Francia que gobernó el mariscal Pétain.
La implosión de Los Republicanos
Pétain en Francia es un villano. El héroe es otro general, Charles de Gaulle, que se negó a aceptar la paz con la Alemania nacional-socialista y montó un Gobierno en el exilio. Y esto nos lleva a otra de las novedades que nos deja la Francia actual: la implosión de Los Republicanos, herederos del gaullismo.
El partido hermano del PP español está en su peor momento. A Los Republicanos solo les votaron 2,1 millones de franceses en la primera vuelta, un 6,5% del total que fue a las urnas. Fue una humillación para los herederos de Unión por un Movimiento Popular, el partido de Jacques Chirac que consiguió casi el 50% de las papeletas en las legislativas de 2002 y logró de nuevo mayoría absoluta parlamentaria y a Nicolas Sarkozy de presidente en 2007.
Poco o nada queda ya de aquella gloria, que ha dado paso a la histeria previa a cualquier naufragio. Un sálvese quien pueda, una lucha a muerte política. El presidente de Los Republicanos, Éric Ciotti, se atrincheró literalmente en la sede del partido para evitar que los suyos le echaran por la fuerza, después de haber propuesto por sorpresa una alianza electoral con los candidatos de Reagrupación Nacional. “Toca hacer campaña con la alianza de derechas para ganar a la extrema izquierda”, dijo. Se refería a La Francia Insumisa de Jean-Luc Mélenchon, otro paria político para la parte moderada y de derechas del electorado francés. Una suerte de Podemos a la gala. Ciotti fue expulsado por unanimidad de su partido, acusado de colaboracionista y con menciones a la entrega de los sudetes para apaciguar a la Alemania nazi hace 85 años. El juez suspendió la expulsión; un culebrón que también es ciertamente inédito en el centro derecha francés.
La juventud de los candidatos
En Francia ahora casi todo es extravagancia política. Lo es la edad de sus primeros ministros o, aún más, la de sus candidatos a primer ministro. Hace un lustro, Emmanuel Macron se convirtió en el presidente más joven de la historia de Francia. Tenía 39 años. Arrancó la era de la efebocracia gala. En enero de este año, Gabriel Attal se convirtió en su primer ministro con 34 años. También el más joven de la historia. Jordan Bardella, el candidato a primer ministro de Reagrupamiento Nacional es extremadamente joven: tiene 28 años. Podría alzarse con la jefatura del Gobierno del país del G7 con una edad en la que muchos están terminando los estudios o entrando en su primer empleo.
La incógnita se despejará este domingo. A Bardella puede impedirle el paso el cordón sanitario que han creado los macronistas (Juntos, una coalición de partidos socioliberales y de centro-derecha) con socialistas, comunistas y verdes (agrupados en Nuevo Frente Popular). La estrategia conjunta ha sido retirarse de todas aquellas circunscripciones en las que había más de dos candidatos, para evitar la dispersión del voto. Se llaman circunscripciones triangulares y cuadrangulares (tres o cuatro candidatos que han pasado a segunda vuelta tras obtener más del 12,5% de los votos), y su número ha sido ineditamente alto también: nunca habían pasado de ser un puñado, pero en estas elecciones han llegado a 311 de un total de 577.
La tensión social
En esta Francia insólita hay también otros factores más difíciles de medir, pero que se perciben en las conversaciones con los ciudadanos de a pie, politólogos, funcionarios o periodistas galos: la situación no es normal. No se trata de otro ciclo político como los que transcurrían hasta ahora. La subida de la ultraderecha en las europeas hasta el 31% de los votos desató todas las alarmas entre los que se oponen a que llegue al poder. Pero también provocó una ola de neurosis política y social de resultados inciertos. Unos hablan de la “muerte lenta de la V República”. Otros, entre ellos el presidente Macron, alertan de la posibilidad de un enfrentamiento civil.
No están hiperventilando. Los ánimos están muy caldeados. “Francamente, soy blanca. Con toda esta gente negra, ¿crees que no tenemos miedo?”, decía a los medios una empresaria francesa cuyos trabajadores, algunos inmigrantes sin papeles, protestaban a la puerta por los bajos salarios.
El Ministerio del Interior ha confirmado 51 agresiones físicas o verbales “extremadamente graves” contra candidatos a un escaño en la Asamblea Nacional o simpatizantes de partidos políticos. Se han producido una treintena de detenciones de atacantes “de todos los lados”. Uno de los ataques fue a la portavoz del Gobierno, Prisca Thevenot. El Gobierno ha preparado un dispositivo de seguridad con 30.000 policías y gendarmes, 5.000 en París y sus alrededores. Unas protestas previsibles que, eso sí, no serán novedad en Francia.