27 de abril de 2024, sábado. Irene ha entrado a trabajar en turno de mañana. Durante su jornada no puede atender el teléfono, ni lo tiene encima, no lo ve. A mediodía, cuando acaba, echa la mano al bolso. Coge su móvil. Ve que tiene un par de mensajes de whatsapp. El último le impacta: “Me tienen secuestrada, me van a matar mamá”. Lo envía su hija Katy. Irene responde, intenta llamarla: “Hija, contesta, mándame tu ubicación”. El teléfono está pagado. No hay respuesta. No hay línea. No ha vuelto a verla más ni a saber nada de ella.
Se llama Katherine de Sousa, la llaman Katy. Tiene 34 años, complexión normal. Salió de casa, en Valencia, y el día 26 de abril fue vista por última vez en la estación de autobuses de Barcelona. “Es la última imagen que, me confirma la policía, se tiene de ella”, apunta su madre, Irene, que atiende con dolor a este medio, para rogar que no cese la búsqueda. Un día después recibió ese mensaje de alerta. No la ha vuelto a ver.
“No sé si era una crisis, pues mi hija tomaba medicación, o es real, pero tengo pánico. Desde entonces no he vuelto a saber nada de Katy”, clama su madre. Vive buscando y esperando respuestas. No llegan. “Esta situación es muy dura. No puedes comer, dormir, vivir… No sé si mi hija está en la calle con una fuerte crisis, o si le ha sucedido algo, es horrible”, llora Irene, “horrible de verdad”.
Unos días atrás
“Las cosas extrañas empezaron como una semana antes”, recuerda Irene. Su mente se detiene en el día 22 de abril (cinco antes de que su hija desapareciera). “Una persona vino a casa y me dijo que la documentación de mi hija había aparecido tirada en una calle, en el rellano de una finca, en Valencia”.
Dos meses antes, Katy se había independizado y se había ido a un piso compartido con una amiga. “¿Por qué ha aparecido eso ahí?”. No era su dirección. “En ese instante fui a la policía a denunciar”. Arrancó una investigación que dio sus frutos (y se cerró) pronto. Los mossos d’Esquadra localizaron a la joven en Barcelona, en la estación de autobuses. “El día 25 (dos días antes de desaparecer), según he sabido ahora”, apunta Irene, “vieron a Katy en la estación de autobuses. Estuvieron hablando con ella y la dejaron pasar, irse. A mí no me dijeron nada, quizá fue el primer error…”.
Una fuga voluntaria. Era mayor de edad, señalaron. Pero es probable que Katy no estuviera en plenas facultades. Diagnosticada desde el 2009, padece una enfermedad mental. “No es una enfermedad declarada”, asegura Irene que le dijo un agente. “Lo es. Katherine toma medicación desde hace años. Ha estado ingresada en varias ocasiones con cuadros graves. Katy, de hecho, cobraba una pensión por dicha enfermedad”.
Su ausencia, con este cuadro clínico, se convierte -según el protocolo de búsqueda vigente- en una desaparición de alto riesgo, aunque sea una persona adulta. “No le dieron prioridad”.
El protocolo de búsqueda de personas desaparecidas del Ministerio del Interior establece que las desapariciones involuntarias incluyen aquellas personas que, aun saliendo de casa por voluntad propia, tienen problemas de salud mental. Problemas como deterioro cognitivo, trastornos mentales, enfermedades neurodegenerativas, personas con discapacidad…
La búsqueda de la persona desaparecida viene generada por razones de su propia seguridad o ante la demanda de familiares o personas allegadas, y por interés social.
Tras acudir en varias ocasiones a comisaría, Irene ha podido saber que hay unas imágenes grabadas de su hija en la estación. “Llevaba una mochila pequeña, un ordenador pequeño… Nada más. No llevaba nada para hacer vida, ni siquiera para un viaje largo. Se ve que era algo de ida y vuelta, nada más…”. Las grabaciones son del 26 de abril. El mensaje rogando ayuda llegaría un día después. “Mamá, me tienen secuestrada, raptada, me van a matar…”.
“No sé, no sé… no sé si era una crisis”, lamenta su madre, “no sé si es verdad. Lo único que sé es que yo no sé nada de ella desde el 27 de abril”. Irene reconstruye ese día. “Salí del trabajo y la escribí: hija, dime la ubicación; hija, dime dónde estás… Y nada. Lo último que sé de ella es que la tenían encerrada, estaba en peligro y la iban a matar…”.
Irene clama, “lo más lógico es localizar ese teléfono, la ubicación de ese mensaje… ¿No?”. La ubicación desde la que escribió Katy se desconoce, pero la siguiente pista llegó desde París.
Dinero en París
Tras el whatsapp, todo se fundió a negro. “No he vuelto a saber más”. La policía, tras conocer el contenido del mensaje, analizó los posibles movimientos de Katy. Ninguna visita al médico, ninguna reseña policial…, pero un movimiento bancario la situó en París. “Hablan de un cajero, no sé si cerca de un hospital”, explica sorprendida su madre. “Me parece extraño. La documentación de mi hija aparece, cinco días antes de desaparecer ella, en Valencia. ¿Cómo pudo viajar a París?”. Irene teme que se trate de un robo y un uso fraudulento de la tarjeta: “me cuesta creer que Katy pueda estar allí”.
Antes de subirse al autobús hacia Barcelona, la joven desaparecida escribió en Facebook: “Nos tienen amenazadas”
Sin avances, solo escenas que parece que no casan, sin pistas tras difundir su foto y su cartel, Irene ha conocido un dato nuevo: se trata de una publicación en Facebook, oculta para ella (no visible), en la que su hija escribía antes de desaparecer, antes de subirse al autobús hacia Barcelona: “A mi madre y a mí nos tienen amenazadas”. Un párrafo con frases inconexas. “Por un lado, escribía que quería ir conmigo; por otro, que la amenaza era yo”. Pruebas, asegura Irene, de que Katy probablemente estaba sufriendo una crisis. “Su hija es mayor de edad… me dicen los agentes, pero nadie repara en su enfermedad”.
Saber que está bien
“Katy ayudaba a todo el mundo, ayudaba a la gente que estaba en la calle. ‘No seas tan buena… no te fíes de todos’, le decía yo”. Llegó a España desde Venezuela en 2002 junto a su madre. “El país que ella conoce es este, España. Aquí ha pasado toda su vida. Creció, estudió y se formó aquí”.
Licenciada en Pedagogía, Katy había hecho un máster de Dependencia, que terminó el 15 de marzo y tenía que defender en junio. “Me cuesta creer que su marcha sea por voluntad propia, la verdad. Si está viva, mi hija no está bien“. La mujer cree que su hija, tras dos meses compartiendo piso, “quizá dejó de tomar la medicación para su enfermedad mental”.
Irene lleva dos meses luchando sola. “Me siento abandonada, la verdad”. Recibe el calor de dos manos voluntarias. “Es increíble la labor de SOS Desaparecidos y la Plataforma Adonay”, que batallan con ella desde el inicio. Siente ayuda, pero necesita la labor policial. “Solo me queda ir a buscarla por las calles de París yo por mi cuenta. Pero… ¿cómo va a estar en París, como llegó ella allí sin documentación? Ruego a las autoridades que no dejen de buscarla, a las personas que sepan algo, que por favor me digan si está bien. A ti, hija, si me lees, solo hazme saber que estás viva…”.
Su mente dibuja todas las hipótesis. “Mi hija está enferma. Yo soy una madre que no vive, no come, no duerme… he perdido más de ocho kilos, ayúdenme por favor”. Ruega ayuda, ruega que no se detenga la búsqueda: “Necesito encontrarla, viva o muerta, no puedo vivir así. No he tenido ninguna noticia de aliento de mi hija desde que desapareció“.