En enero de 1848, los muros de los edificios de Palermo aparecieron llenos de mensajes en los que se anunciaba que el 12 de ese mes, coincidiendo con las celebraciones con motivo del cumpleaños del rey, estallaría una revuelta popular para reclamar libertad y mejoras sociales. Los mensajes iban firmados por un supuesto “comité revolucionario” que, si bien podía ser revolucionario, lo que estaba claro es que no era un comité. Detrás de ese aparente colectivo organizado estaba una única persona: Francesco Bagnasco, un veterano de las revoluciones de 1820, convencido de que la población siciliana, harta de los borbones, secundaría un movimiento revolucionario con tan solo leerlo en las paredes. Así fue. Aunque los días previos las autoridades estuvieron en estado de alerta y tomaron toda la ciudad, llegado el día 12, el pueblo se levantó contra el rey.
“Las revoluciones y más concretamente las de 1848 no se pueden explicar únicamente por la pobreza, el hambre o las condiciones de vida. Si bien son elementos muy importantes, no son determinantes desde el momento en el que, a lo largo de la historia, ha habido mucha pobreza pero muy pocas revoluciones”, explica el historiador australiano Christopher Clark. “Cuando Bagnasco pintó sus mensajes en las paredes de Sicilia, la monarquía borbónica era ya muy impopular y en la isla había un sentimiento nacional muy fuerte. Además, los regímenes de esa época habían dedicado el tiempo a perseguir a aquellos colectivos que atacaban el orden social, a las redes clandestinas, a los comunistas, a los socialistas, a los insurrectos… Sin embargo, mientras se preocupaban por controlar a sus enemigos, no repararon en que iban perdiendo amigos. No se dieron cuenta de que el sistema no es más seguro por tener pocos enemigos, sino que esa fortaleza depende en buena medida de sus aliados. Lo que demuestra la acción de Bagnasco es que las revoluciones de 1848 no fueron el resultado de grupos clandestinos y ni siquiera estuvieron planeadas”.
El origen de todo
Después de títulos como ‘Sonámbulos. Cómo Europa fue a la guerra en 1914’ y ‘Tiempo y poder. Visiones de la historia desde la guerra de los Treinta Años al Tercer Reich’, Christopher Clark acaba de publicar en ‘España Primavera revolucionaria. La lucha por un mundo nuevo, 1848-1849’ (Galaxia Gutenberg, 2024). Un ensayo en el que, a lo largo de sus casi mil páginas, el historiador repasa lo sucedido en 1848, año revolucionario que ha quedado eclipsado por fechas como 1789 o 1871, pero que resultó clave para el desarrollo de la historia europea.
“La primera vez que escuché hablar de las revoluciones de 1848 fue en la escuela —recuerda Clark—. Entonces me dijeron que había sido un movimiento político complejo y que además había fracasado, lo que hace que la combinación no sea demasiado interesante. Sin embargo, cuando comencé a sumergirme en el siglo XIX, que en mi opinión es el siglo más apasionante y en el que acostumbro a centrar mis investigaciones, me di cuenta de que muchos de los acontecimientos del XIX procedían de 1848. Muchas de las personas de esa época, como Otto von Bismark, por ejemplo, no paraban de hablar de ese año y lo ponían en relación con la aparición de la Alemania moderna. Al final, me di cuenta de que fue un momento de cambio y transformación y eso es algo que me resulta muy interesante”.
En apenas 12 meses, el continente europeo, desde Portugal a Rusia, vivió una primavera revolucionaria a la que siguió, durante el otoño, una contrarrevolución por parte de las autoridades, que buscaban sofocar las revueltas y reponer el orden subvertido. Aunque los revolucionarios fueron detenidos, muertos o exiliados, en contra de la opinión extendida, para Christopher Clark la revolución de 1848 no puede ser calificada de fracaso.
“La dicotomía entre éxito y fracaso tal vez no sea la más adecuada para analizar este acontecimiento histórico. Para empezar, porque implica que la revolución tenía algún tipo de objetivo, cosa que no fue así. Es cierto que algunos proyectos fracasaron, como el proyecto democrático, que tardó más tiempo del deseado en llegar, pero tampoco los reaccionarios obtuvieron una victoria sobre los revolucionarios a la hora de devolver las cosas al estado anterior. En ese sentido, creo que es mejor hablar de los efectos que tuvieron las revoluciones de 1848, que fueron muy profundos. Por ejemplo, se estableció una nueva forma de hacer política, se asentaron las bases de instituciones liberales como los parlamentos o las constituciones y se legitimó una pluralidad de opciones políticas como los movimientos nacionalistas“, detalla Clark, para el que una de las dificultades con las que se encontró la revolución fue la poca amplitud de miras de los liberales, cuya naturaleza urbana hizo que no conectasen con la población que habitaba en el campo.
Uno de los errores de los liberales fue dar la espalda a las reivindicaciones sociales de los radicales
“Uno de los errores de los liberales fue dar la espalda a las reivindicaciones sociales de los radicales y no ver que, sin justicia social, tampoco ellos y sus propuestas políticas iban a tener sentido para el grueso de la población que, además, pertenecía a las clases más bajas de la sociedad. Ese egoísmo provocó un aislamiento que los desconectó de esas clases bajas y, muy especialmente, de aquellos que vivían en el campo. De hecho, hasta los propios radicales austriacos se dieron cuenta de que no era suficiente ir a un pueblo y dar un discurso como lo daría un abogado de ciudad. Según ellos, lo que había que hacer era ir a esos lugares, sentarse, estar callado y escuchar qué tenía esa gente del campo que decir sobre lo que representaba para ellos la política. En todo caso, ni los radicales ni los liberales estaban preparados para esa tarea y el resultado fue que los liberales acabaron abrazando a ese poder al que se habían enfrentado en un primer momento”.
Mujeres, revolución y cuarto poder
Además de los diferentes grupos políticos, en las revoluciones de 1848 jugaron un papel importante los medios de comunicación y las mujeres, grupo social que resultó más inteligente y ambicioso en sus reivindicaciones que sus compañeros de lucha.
“Los medios de comunicación fueron cruciales para el movimiento revolucionario. La proliferación de nuevos periódicos permitió una gran polifonía de voces que exaltaron los ánimos de la población y, al mismo tiempo, provocaron una gran confusión por los análisis tan diferentes de una misma realidad. Tanto es así que los liberales comenzaron a tener sentimientos encontrados sobre la libertad de prensa porque consideraron que había llegado muy lejos”, explica Clark que, para dar una idea del poder de la prensa en ese momento, recuerda que fueron los periódicos los que decidieron los nombres de los miembros del gobierno provisional de Francia, “algo como si El País y ABC se juntasen para decidir el nuevo Gobierno de España”, bromea el historiador antes de abordar el papel de las mujeres en la revolución del 48.
“Fueron muy activas, muy críticas con el orden político y más radicales que los hombres. La razón era que el elemento patriarcal de ese sistema era tan fuerte, que no solo lo cuestionaron sino que reclamaron una revolución verdaderamente profunda. Un cambio que transformase todos los espacios en los que se desarrolla la vida en sociedad, desde los dormitorios, a la ópera, pasando por los parques y los espacios abiertos. La implicación de las mujeres en la revolución fue total. Lucharon en las barricadas, fundaron periódicos y crearon sus propias asociaciones, porque las organizaciones de los hombres no les permitían el acceso. Además, dieron testimonio de lo sucedido en textos que resultan más interesantes que los de algunos hombres porque no fueron tan partidistas o narcisistas. Cuando lees los escritos de Lamartine, por ejemplo, ves cómo describe su entrada en las reuniones, cómo habla, sus discursos, como la gente le aplaude… Las mujeres aportan un punto de vista diferente y tienen otra perspectiva a la hora de analizar las cosas. En todo caso, y a pesar de todo su esfuerzo, tampoco consiguieron ningún avance”, concluye Clark que, de nuevo se muestra indulgente con los acontecimientos de 1848.
Todas las revoluciones contienen semillas de futuro de las que no se sabe qué hay en ellas hasta que germinan años después
“Todas las revoluciones contienen semillas de futuro de las que no se sabe qué hay en ellas hasta que germinan años después. A pesar de que no se consiguieron demasiadas cosas en su momento, la revolución de 1848 le dio la espalda al romanticismo político anterior e hizo que surgiera una nueva política más compleja en la que se mezclaron planteamientos liberales, radicales y conservadores. Es una política que, además, dejaba atrás las peleas en los parlamentos o la violencia en las calles y se decantaba por la palabra, por las discusiones, por la reflexión en los artículos de prensa o por las charlas en los cafés”.