Las carreteras francesas están ideadas para que el conductor no acelere y evitar accidentes entre coches, pero no para que pase el Tour, con un centenar de corredores a toda pastilla. Son un infierno para las bicicletas. A los ciclistas les da igual los controles por radar que aparecen cada dos por tres y que obligan, sí o sí, a mantener la velocidad marcada y con ello la seguridad vial. Se convierten en un infierno cuando se va por las carreteras principales en bici. Sobre todo, al entrar o salir de las ciudades.
En época de Miguel Induráin fueron las rotondas, los ‘carrefours’ como los denominan en Francia. Pero ahora hay todo tipo de elementos, badenes e isletas. Así que cuando un ciclista llamado Alexey Lutsenko se encuentra encerrado, con su bici haciendo acrobacias sobre un muro pintado en blanco, cuando cambia velozmente de carril para evitar lo inevitable, se organiza la marimorena. Todos al suelo y entre ellos Primoz Roglic que perdió 2.27 minutos y dijo adiós a cualquier opción de ganar el Tour… si alguna vez la tuvo.
No es un corredor afortunado con el Tour, que para algunos ciclistas tiene magia y para otros maldición. Perder el jersey amarillo a un día de París, como le sucedió a Roglic en 2020, es un golpe durísimo, que daña la moral, aunque sea de hierro para un corredor que ha ganado tres Vueltas y un Giro.
Quedaban 9 kilómetros para meta, otro esprint anunciado, otra etapa sin historia, otro motivo para que el Tour se lo haga mirar el año que viene porque por muy bonitas que haya resultado las etapas del Galibier, el gravel y el Macizo Central, seis esprints de 12 etapas son demasiados por muy fuerte que esté Biniam Girmay, que ya hizo historia al convertirse en el primer ciclista de raza negra que ganaba en el Tour… y ya lleva tres victorias.
Lutsenko dio una voltereta y se llevó por delante a Roglic, que ni lo vio. Son los peores golpes porque no hay tiempo de reaccionar. El impacto duele y daña el cuerpo. El Red Bull retrasó a todo el equipo porque solo viven en este Tour para que Roglic se preocupe lo mínimo. Todo indicaba que en dos o tres kilómetros arreglarían la situación, pero cuando aceleraban, Roglic, herido, se rezagaba. Imposible dejarlo tirado. Encima, en el pelotón no hay amigos cuando cambias de equipo, y el Visma puso el turbo. Sin piedad para Roglic por mucho que fuese uno de los jefes cuando el conjunto se denominaba Jumbo.
Ya se cayó el miércoles en la última curva de Le Lioran. Le perdonaron los jueces porque el accidente se produjo en la zona protegida. Si queda una decena de kilómetros no hay nada que hacer, por muy famoso que seas, por muy bien clasificado que vayas. Roglic bajó de la cuarta a la sexta plaza, ahora a 4.42 minutos de su compatriota Tadej Pogacar, que también se fue al suelo en otra caída anterior, aunque sin aparentes consecuencias.
El año pasado no corrió el Tour, pero los dos anteriores los tuvo que dejar antes de tiempo también por caída. Es la maldición que persigue a Roglic, uno de los grandes del pelotón, y el que apunta a la Vuelta, su carrera, adonde también quiere inscribirse Wout van Aert, segundo en la meta. Lleva ya dos trompazos en este Tour.
Fue un día aciago para el ciclismo español. Justo un año después de acabar en Issorie con cinco temporadas de sequía, Pello Bilbao ganó una etapa, acabó luego sexto de la general y llegó a este Tour con la maleta cargada de ilusiones, hasta que enfermó el día de descanso. Perdió con un virus que aparentemente no es el covid 38 minutos en el Macizo Central y este jueves abandonó en la etapa de la fortuna de Girmay y la desgracia de Roglic.