Patricia Cerdán tiene 31 años, pero sólo lleva unos pocos viviendo “en libertad”. Su familia pertenece a los testigos de Jehová y ella profesó esa confesión religiosa hasta los 23 años. Pasó su niñez siguiendo “sus caminos, sus rutinas de ir a reuniones, de predicar, de hacer estudios bíblicos”, sin poder relacionarse con quienes no perteneciesen a la misma organización que ella, con “mundanos”.
Conforme iba creciendo, en la adolescencia, progresaba en sus estudios, no sólo en ESO y Bachillerato, sino también en el aprendizaje de la Biblia. Fue a esa edad cuando “empezaron los problemas”, porque no comprendía por qué tenía que rechazar tener amigos y salir con sus compañeros de clase. “En mi instituto, que era muy pequeño, no había ninguna testigo de Jehová de mi edad, por lo que estaba sola y mis padres me llevaban a ciudades como Murcia o Almería para que pudiese tener esos amigos de mi edad”, indica en una entrevista para EL PERIÓDICO DE ESPAÑA, del mismo grupo editorial, esta joven natural de Águilas (Murcia). Con ellos, veía películas y hacía otros planes tranquilos, como estudiar juntos la Biblia. “Toda mi vida fue 100% religiosa desde que nací, hasta que salí de ahí”.
Creció en un ambiente de miedo a no seguir “el camino de la verdad”, a ser una pecadora que iba a morir y que no iba a entrar en el paraíso, por lo que decidió que “era mejor quedarme con ellos, porque tenía el apoyo de mi familia e iba a heredar la vida eterna”, recuerda. “Yo lo entendía, lo estudiaba y lo conocía, pero no me podía permitir el lujo de preguntarme qué opinaba yo al respecto, porque tenía que aceptarlo sí o sí, no podía cuestionarme si era o no verdad, qué pasaba si pecaba”, reflexiona ahora.
Cuando cumplió la mayoría de edad, le planteó a su padre salir de la religión. Estaba “cansada de predicar siempre, de vivir de acuerdo con lo que decía la Biblia y sin poder hacer lo que quisiera, elegir a mis amigos y mis gustos; yo quería hacer mi vida, no por desobediencia, sino porque era una necesidad que yo tenía”. Su padre se negó en rotundo.
Yo quería hacer mi vida, no por desobediencia, sino porque era una necesidad”
A los 18 años empezó a experimentar “emociones distintas con respecto a las mujeres”. “En los testigos puedes tener novio y la idea es que te cases al poco tiempo, porque no puedes mantener relaciones sexuales. Llegaba a esa edad de buscar maromo, de ver qué testigo era el que me gustaba para casarme y tener una familia. En ese camino yo empiezo a sentir que hay algo raro en mí, que no logro identificar bien, hacia una amiga en concreto”, dice. Si ella le rozaba, Patricia se ponía nerviosa, no sabía cómo actuar y no entendía a qué se debía ese sentimiento.
Comenzó entonces un “proceso” en el que se dio la oportunidad de averiguar en qué consistía esa sensación que le estaba naciendo. Se dio cuenta de que ella siempre “‘shippeaba’ -se volcaba y apoyaba- relaciones entre mujeres” y llegó a la conclusión de que era “algo no estaba bien porque eso no era lo normal”. “Estaba en esa tesitura de ‘esto no está bien, pero es lo que me gusta’. Lo llevaba en secreto totalmente, me hice una cuenta de Tuenti falsa para poder interactuar con personas que no fuesen testigos de Jehová y así poder mantener relaciones normales, sin hablar todo el rato de Dios”, confiesa.
Su primer beso
Un día en el que Patricia durmió con una chica, también de testigos de Jehová, terminó pasando algo que ella no se planteaba. “Nos besamos varias veces. Ella entró en pánico, porque nos iban a expulsar y no íbamos a heredar el reino de Dios”. Después de ese primer contacto, tuvo que someterse a un “comité judicial”, en el que tres ancianos de la organización le hacían preguntas “muy intrusivas” sobre su “pecado”, haberse besado con una mujer, y si realmente estaba arrepentida. “Si lo estás, te perdonan, pero con límites, y, si no, te expulsan y lo anuncian públicamente, por lo que el resto te deja de lado”.
“En este comité judicial nos dijeron que teníamos que estar un tiempo sin vernos y sin sentarnos juntas hasta que se nos pasase la tontería, como lo dicen ellos”, relata. Patricia Cerdán cumplió 20 años y decidió que quería irse a vivir a Alicante con otra joven que también era de testigos de Jehová.
Ahí empezó “la peor época de mi vida”: “Fueron los propios testigos los primeros en llamarme a mí lesbiana, antes de que yo a mí misma me reconociera como lesbiana, incluso cuando yo nunca había contado nada a nadie, ni a mis padres”. Ella se encontraba en un proceso y en Alicante, donde existe una comunidad de testigos de Jehová mayor a la que había en el lugar del que ella venía, sufrió “una persecución loca” que le “afectó muchísimo”.
“Recibí comentarios de madres que me decían que no me acercase a sus hijas porque era una mala influencia y una mala compañía. Uno de mis amigos, al que siempre saludaba con dos besos, me empezó a poner la mano y me sentí repudiada. Llegaron a hacerme comentarios de que yo les daba asco. No sé cómo, aguanté casi tres años allí”, dice aún con emoción contenida.
Londres: su libertad
Necesitaba descubrir qué era lo que realmente le estaba pasando, si le gustaban las mujeres de verdad o si había sido algo puntual, por lo que decidió irse a vivir a Londres con 23 años. En la capital británica conoció a su primera novia, una compañera de trabajo “que vino a por mí, no tuve que estar pico y pala”.
“Pude experimentar con mi sexualidad, aunque fue complicado pasar de vivir como testigo durante 23 años a conocer a una persona que no lo es. Para mí interactuar era muy complicado e iba de fallo en fallo. Costó mucho que cambiase mi mente y aún estoy en ese proceso”, expresa esta joven, que fundó ya en Madrid una academia de pádel para mujeres lesbianas, bisexuales y trans.
Hizo sus primeros amigos ajenos a la organización de testigos y empezó a tener “una vida más normal”, aunque persistían en su interior los “miedos del fin del mundo, de estar pecando, de que Dios no me quería”. “Mis padres no me querían perder, porque si yo me alejaba de ellos eso significaba la muerte y no se imaginaban un paraíso sin mí”. Patricia, dice, “no tenía libertad” ni siquiera viviendo a 1.500 kilómetros de su familia. “Mis padres viajaron a Londres a verme para llevarme de vuelta a España con ellos y yo les dije que no iba a volver”. Cortó el contacto con su familia y, tras una llamada de sus padres, Patricia Cerdán inició una “doble vida”: la suya y la que les contaba a sus seres queridos.
Duró sólo seis meses. Les confesó a sus padres que no quería continuar como testigo de Jehová y que le gustaban las mujeres. “A partir de ese momento, la relación con ellos fue un caos y me hicieron mucho machaque psicológico“, afirma.
O su familia o ella
Esta joven murciana se plantó ante sus padres: “Eran ellos o yo. Les intenté poner durante un tiempo en primer lugar e intenté salir por las buenas, pero no se me dejó. Tenía que salir por las malas, lo que significaba rechazar a mi familia, saber que nadie me iba a hablar y que me iban a señalar”. Aun con todo, lo hizo.
“No sé nada de mis padres y todos estos años se han basado en empezar de cero continuamente”. Los primeros años fuera de los testigos de Jehová y ya como lesbiana reconocida fueron duros. Le costaba interactuar con otras mujeres y ella estaba empezando a “vivir mi vida” cuando otros ya llevaban un buen trecho del camino recorrido. “Me he llevado muchas hostias, me he caído mucho y me he levantado”, reconoce.
Se ha “obligado a vivir” para cerciorarse de si algo le gustaba o no, para encontrar su camino y dejar de estar “perdida”. Patricia Cerdán reflexiona que “mi orgullo es haber salido de un lugar tan duro como esta religión que me aprisionaba la cabeza y no me dejaba pensar por mí misma, sino en la que todo está escrito. Salir de ahí y aventurarme al mundo sin saber qué me esperaba, encontrar mi lugar y encontrarme a mí”.
Visibilidad lésbica
Patricia ha perseguido su felicidad para vivir su sexualidad sin culpas y sin complejos. Según el Instituto de la Mujer, el 87% de las lesbianas ha sufrido discriminación en algún momento de sus vidas, y el 80% de las jóvenes lesbianas carece de referentes a los que seguir.
Es por ello que Cerdán ha cedido su experiencia a COGAM (Colectivo LGTBI+ de Madrid) y a Tinder en el marco de la campaña ‘Hagamos visible lo invisible, juntas’, con el objetivo de evitar que su historia y la de tantas otras lesbianas oprimidas no se vuelva a repetir.
Ella ha vivido un rechazo extremo por su orientación sexual, pero sólo es un ejemplo más de lo que sufren los integrantes del colectivo LGTBI. El de las lesbianas es, además, un caso de doble discriminación, por ser mujeres y homosexuales, lo que les lleva a aguantar lesbofobia. “Soy lesbiana. ¿Por qué tengo que esconder lo que siento?”, remata Patricia Cerdán.