Día de viaje en Alemania y qué mejor que hacerlo en tren. Los trenes son la mejor forma de conocer un país, a sus gentes, sus costumbres. Hay pocos sitios más reveladores que una estación de tren. Solo hay que abrir los ojos y escuchar, lo que antiguamente hacía del periodismo un oficio maravilloso. Una vez comienza la marcha, los trenes te regalan una enorme ventana por la que descubrir todo lo que no te enseñan las ciudades ni las carreteras. Las entrañas de los sitios, la anatomía de un lugar. Sus campos, los patios de las casas con sus tendederos llenos de ropa y sus barbacoas, la espalda de esos pueblos que miran a los caminos, los ríos que serpentean en los valles… Alemania es verde y frondosa. La atraviesan miles de senderos por los que transitan caminantes que van y vienen sin aparente prisa. O niños en bicicleta a los que persiguen perros felices.
Me gusta coger trenes, de cualquier tipo. No hace falta que salgan de andenes como el 9 y medio de la londinense estación de King Cross, donde se conocieron los padres de J.K. Rowling, que luego la escritora convirtió en el kilómetro 0 de Harry Potter. Soy más de trenes anónimos o remotos, como el de la Patagonia. Un evocador tren a ninguna parte. Woody Allen homenajeó a Federico Fellini subiéndose a un tren en una película llamada ‘Recuerdos’ (Stadurst Memories) con un mensaje angustioso: cojas el tren que cojas siempre acabas en el mismo sitio. Una suerte de versión ferroviaria de ‘El ángel exterminador’ de Buñuel. Me atrevería a decir que es una reflexión acertada. Por eso hay que disfrutar del trayecto, exprimir cada gota del camino.
El viaje de Modric
Si hay alguien que está disfrutando del camino es Luka Modric. Un niño de la guerra que salió huyendo por la puerta de atrás de su casa al ver entrar a unos militares. Los mismos que se llevaron a su abuelo, al que nunca más vio. Modric ha reconstruido el orgullo de su pueblo alrededor de una pelota. Todos somos un poco croatas por su culpa. “El fútbol le debe esta Eurocopa a Luka”, comentaba Ivan Rakitic. Nadie puede discutirlo. Por eso verle con el Balón de Oro en las manos nos alegró el alma. Igual que costó no derramar lágrimas al verle caer en la final del Mundial de Rusia. La vida es eso que pasa mientras nos cruzamos en el camino con Luka.
Pero los trenes también pueden sobrecoger. Como los que llegaban a Auschwitz cargados de judíos. Aquellos recuerdan lo peor de la condición humana. Pasear por Berlín reconforta en ese sentido. Es admirable la forma en que los alemanes han utilizado la Historia para honrar a los caídos y mantener vivo el recuerdo del Holocausto para no volver a caer en ello. Un ejercicio de revisionismo especialmente necesario en estos días oscuros en los que la invasión rusa de Ucrania y el genocidio de Gaza vuelven a sacar lo peor de nuestra condición. Hoy arranca una Eurocopa en la que estará Ucrania, que se ha ganado en el campo el derecho a pasear esa bandera que cínicamente hemos abandonado en la Vieja Europa.
En la película de Woody Allen, Sandy Bates, su personaje, se sube a un tren en el que descubre que todos los pasajeros están marcados por el sufrimiento y la agonía. Pero a través de la ventanilla descubre otro lleno de gente feliz, guapa y alegre, entre ellos Sharon Stone. Sandy intenta bajarse para cambiarse de tren, pero no le dejan. Y justo en ese momento, los dos comienzan a moverse en direcciones contrarias. Bates se desespera y trata de saltar. Pero es imposible.
Los trenes te hacen pensar, te dejan escribir, te permiten conversar con extraños o interaccionar con desconocidos. Los trenes son empáticos. Los médicos deberían recetar al menos un viaje mensual en tren. Los trenes favorecen la producción de dopamina y serotonina, frente a los coches, que generan toneladas de cortisol. Ojalá hubiera más trenes y menos prisas. Y más Lukas Modric…