El Real Madrid vive días de vino y rosas. Campeón de la Liga, la Champions y la Supercopa, ganador de seis Copas de Europa en una década y poseedor de una plantilla espectacular, a falta de concretar otros refuerzos incorporará a sus filas al considerado mejor jugador del mundo, Kylian Mbappé, y a una de las promesas más firmes del panorama juvenil, el brasileño Endrick. La prensa madridista va llena de análisis de cuántos goles marcarán juntos Vinicius, Bellingham y Mbappé y se pregunta, con admiración, quién será capaz de ganar a un equipo que con menos mimbres de los que tendrá esta temporada lleva diez años ganando mucho y siendo muy difícil de batir. Nadie, es la respuesta implícita. Con la boca pequeña hay quien dice que tal vez, a lo mejor, el Manchester City, el mismo equipo que lo apeó de la Champions la temporada pasada y que en esta cayó en los penaltis tras dominar a los blancos sin acierto.
Como vasos comunicantes que son, el estado anímico de los seguidores del Barça es el opuesto. Atenazado por la crisis económica y una pésima gestión de hace años, no puede aspirar a fichar grandes estrellas, ha perdido peso y prestigio internacional (la ausencia en el primer Mundial de Clubs como símbolo) y su plantilla no parece estar a la altura de los blancos, sino de los equipos punteros de Europa. Al menos, el rendimiento de este año así lo indica.
La esperanza de la culerada es confiar en que el fichaje de Mbappé (un futbolista tan extraordinario como egoísta dentro y fuera del terreno de juego) desequilibre el ecosistema que con paciencia y tino ha construido Carlo Ancelotti. Incluso sus críticos acérrimos admiten que el italiano ha logrado que sus pupilos jueguen con un espíritu de equipo encomiable que les permite sobreponerse a los malos momentos e imponerse a equipos superiores, como ha sido este año el caso del City. Mbappé, como gran cromo de la segunda oleada de galácticos del Madrid de Florentino Pérez, sería contraproducente, según esta teoría. Hay antecedentes históricos para ello: el desplome de la primera versión de los galácticos de Florentino o cuando el Barça de Guardiola intentó introducir en su delicado ecosistema a un genio tan particular como Zlatan Ibrahimovic.
Una mezcla
Puede ser, un equipo campeón es una mezcla de muchos otros factores que el talento individual de sus componentes, y nadie tiene una formula infalible que no se agote con el tiempo. Ahora bien, los aficionados del Barça saben mejor que nadie que contar con el mejor jugador del mundo es impagable, y que acompañarlo de un puñado de talentos que en otro equipo serían las estrellas indiscutibles no es una mala idea. Gracias a la gestión de los últimos años, el Madrid goza de una plantilla rebosante de calidad, juventud, fondo de armario, especialistas, exuberancia física y, con Mbappé, gol. Lo tiene todo para ganar, para seguir ganando; está por ver si, además, será capaz de hacerlo con un estilo de juego para la historia, como el Manchester City.
¿Significa que el Barça debe tirar la toalla? Ni mucho menos. El Barça, a lo suyo, debe construir un equipo que aspire a competirlo todo. Los nombres, el palmarés y el hype no dan títulos. Al final, cada partido son 11 contra 11 en un terreno de juego. El miedo deportivo al Madrid no está justificado, justamente si algo demuestra esta década prodigiosa blanca en Europa (en España es otro asunto) es que los caminos hasta la victoria en el fútbol son muy variados. Nada está escrito hasta que el balón no empieza a rodar.
Eso sí, lo que sí da miedo es la comparación entre la gestión de un club y el otro la última década. El Barça debería observar qué ha hecho bien el club blanco y aprender de ello. Solo un dato: sin contar a Mbappé, en su segunda etapa Joan Laporta ha invertido 280 millones de euros en fichajes. En ese mismo periodo, el Madrid se ha gastado 288. Poco más que añadir.
Este año, este Madrid campeón ganó a este Barça mediocre sus dos partidos de Liga en el último suspiro y siendo superado en muchos momentos del partido. Miedo, el justo. Donde de verdad golean los blancos es en la gestión fuera del campo.