Informático con un puesto de alta responsabilidad técnica en una empresa, Javier P. reconoce que es “completamente incapaz” de saber cómo su hijo, estudiante de 4º de ESO, piratea el sistema de control parental para pasar más horas con su móvil y jugar al videojuego que le apasiona.
Teresa A., empresaria, ha hecho dos cursos de controles parentales y otro de ciberseguridad para ponerse al día en la vigilancia del ocio online de su hija, de 14 años. “Es muy complicado pedirle a un niño que haga un uso responsable, serio y sereno de unas aplicaciones concebidas para ser adictivas”, explica.
Nacho, comercial y padre de una hija de 16 años, afirma que pactar el uso y los tiempos de Insta (Instagram) y TikTok es “una guerra diaria”. “Cuando seas viejo, te voy a poner en tu móvil Family Link (el control parental gratuito de Google, el más extendido entre las familias) para que sufras lo que estoy sufriendo yo”, le repite constantemente su hija. Y lo dice en serio.
Javier, Teresa y Nacho son tres ejemplos que confirman que los controles parentales actuales son farragosos y tienen agujeros. La nueva normativa que cocina el Gobierno para proteger digitalmente a los menores obligará a los fabricantes a que todos los dispositivos tengan, de fábrica, un sistema “sencillo” de control parental. La futura ley crearán nuevas figuras penales para evitar el acceso infantil a contenidos inapropiados y las ultrafalsificaciones con IA. Además, elevará de 14 a 16 años la edad para consentir el tratamiento de los datos personales, paso previo para registrarse en una red social.
“Es una ley que tiene buenas intenciones, pero será muy difícil de cumplir. El principal problema es que los padres y las madres no somos nativos digitales. Nos movemos entre la ignorancia y la pereza. No somos capaces de poner en orden nuestros propios ordenadores, como para controlar el móvil de nuestros hijos”, sentencia Nacho.
Alumna con un expediente académico brillante, la hija de Nacho no tiene problemas de adicción a la tecnología. Pero reconoce que lo que más le puede amargar en el mundo es que le resten minutos de móvil. “Lo vive como una puñalada. Si por ella fuera, estaría horas, incluso días enteros, en Insta. Los chavales ya no hablan por teléfono. Ni siquiera por WhatsApp. Lo hacen por Insta”, explica Nacho.
El comercial reconoce que su hija domina la tecnología mucho más que él. “Hace unas presentaciones con PowerPoint para clase que son increíbles. Yo sería incapaz de hacerlas para mi trabajo. Supongo que es lo bueno de esta generación”, concluye.
Tres cursos de formación
Al igual que Nacho, Teresa y su marido llevan años hablando con su hija, Laura, sobre lo bueno y lo malo de la tecnología. “Cuando era pequeña, no había problema. Pero ahora tiene 14 años y le puede más el impulso de ser como los otros niños. Al igual que la hija de Nacho, Laura siempre juega la baza de “las madres de mis amigas sí que les dejan mucho tiempo el móvil, no son tan controladoras”.
Cuando Laura comenzó a coquetear con el ‘smartphone’, su madre se metió “en el apasionante mundo” de los controles parentales. “He hecho tres cursos de formación y pago 40 euros al año a una plataforma para revisar el uso de internet que hace mi hija. Ella siempre busca una puerta por la que colarse y no consigo saber cómo lo hace. No sufre adicción y sigue sacando buenas notas, pero se pasa horas viendo las webs de tiendas de ropa en lugar de estudiar o jugar. Es incapaz de autorregularse. No la veo madura. Hay niños que, si reciben una buena educación digital, son capaces de hacer un uso responsable. Pero mi hija no. Ella araña todas las horas que puede”, afirma la empresaria, que permite a Laura estar solo un rato los sábados y los domingos navegando en Insta, donde tiene prohibido subir fotos.
Teresa reconoce que, en realidad, los adultos sufren el mismo problema que los jóvenes. “A mí me pasa lo mismo en Twitter (ahora X). Me digo a mí misma que es por trabajo, pero me paso mucho tiempo en esa red social, tiempo que pierdo para dormir, leer o hacer otras cosas”, afirma.
Más optimista que Nacho con la futura ley de protección digital a los menores, Teresa pide que la legislación sea el comienzo de un pacto social para tomar conciencia del problema que tienen muchas familias. “Que también tomen nota los colegios. Todas las autonomías han aprobado normativas para prohibir el uso de los móviles en el aula, pero luego tienes al profesor de cualquier asignatura pidiendo que una actividad muy simple la hagan con el móvil. Estamos delante de una generación que estudia con el smartphone encima de la mesa, viviendo pendiente de las notificaciones”, critica.
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