Las infinitas colas que rodeaban el Santiago Bernabéu a media tarde ya adelantaban lo que iba a pasar. Si no hubiese sido por los últimos rayos de luz, cualquiera podría haber pensado que corrían las dos de la madrugada. Botas altas, cadenas gruesas y gafas oscuras parecían indicar la entrada a la típica discoteca de las afueras a la que no sabes muy bien cómo has llegado. Pero, claro, como has tardado lo tuyo, ya que estás, entras. Y te mimetizas. De camino a las gradas, el éxtasis no paraba de aumentar. Una sensación similar a pagar el ropero y dirigirte, cerveza en mano, a la pista. 65.000 almas querían perrear, rapear y frontear al ritmo de un Duki que, tal y como sucedió, estuvo a la altura de la cita. Perdón, de la discoteca.

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